top of page
UNA HISTORIA COMO EL HUMO

Tacubaya, fue el rumbo de la Ciudad de México en el que en la década de los 60,s Hugo X. Velásquez iniciara en su país su camino en la cerámica de alta temperatura. 

Sin embargo, el origen se remonta unos años más atrás y se ubica en otras latitudes. En el estudio de Karen Karnes, en la localidad de Stony Point, Nueva York, donde aprendió lo suficiente para sentir un piso bajo sus pies y regresar a México.

En la calle de Gelati, junto a Carlos Piña con quien había llegado de Nueva York, Ina Baker y Ted Biellefield, se instaló el primer taller. Allí se formaron las piezas que nutrieron la primera exposición en 1962 en la Galería Kamffer, de Leonor y Raúl Kamffer. La exposición era imaginativa, tenía buenos engobes y vidriados, y fue la primera muestra de alta temperatura en México. En esa exposición, en 1962 Hugo y Aurora se conocieron y poco después se casaron.

Tiempo después, Hugo mudó el taller a la calle de José Morán, donde colaboraron Alejandro Díaz de Cosío y Sergio Cruz, entre otros. 

Estos dos espacios temporales fueron el escenario para crear poco a poco lo necesario, adecuándose a las posibilidades de cada lugar, y así llegar con mucha más claridad a establecer de forma definitiva el taller en Cuernavaca, Morelos, en la década de los 80,s. A lo largo de 42 años, ese espacio ha ido adaptándose en función de las necesidades del taller. A partir de ese momento, Aurora comenzó a trabajar mano a mano con Hugo, volviéndose así el taller un proyecto de pareja que involucraría a sus hijas en el futuro.

En México, no existían en esos tiempos las herramientas y maquinaria. Éstas se podían adquirir en Estados Unidos, así que fue necesario diseñar y crear gran parte del equipo del taller.

En el terreno, delimitado por una larga e inconfundible barda de adobe, lo primero que se edificó fue una palapa y un baño. Hugo y Aurora viajaban cada miércoles a Cuernavaca, pues seguían viviendo en la Ciudad de México. Él se quedaba en el taller con Alejandro Díaz de Cosío y ella regresaba a terminar la semana con sus hijas, Sol y Bárbara.

Progresivamente, el avance de las construcciones fue ocupando el espacio donde inicialmente crecía una milpa. Así se construyó el cuarto del mantenimiento, en donde las herramientas que poco a poco adquirían, se colocaban minuciosamente en su lugar. Era necesario contar con las herramientas precisas para construir las máquinas y los distintos espacios.

Los dos hornos de gas fueron diseñados y construidos por Hugo tabique a tabique. El grande se alimenta con seis quemadores y cuenta con dos góndolas para cargar las piezas y un sistema de rieles y cambios de vía para facilitar el movimiento. Hay también un horno chico que tiene 4 quemadores. Ambos hornos alcanzan temperaturas superiores a los 1000 grados centígrados y son de atmósfera reductora. 

Se diseñó también una tarraja, que al utilizar moldes y cuñas específicas, forma los platos de la vajilla; una revolvedora de vidriados con el motor de una lavadora de ropa, una máquina manual para hacer placas de barro de gran tamaño y una herramienta para cortar los cuadros de recubrimiento de 25 por 25 cm. Durante muchos años, se usaron dos tornos de pedal que fueron también elaborados y diseñados en el taller, y que años más tarde se sustituyeron por tornos eléctricos.

En un momento dado, fue necesario pensar en la forma de secar de manera más eficiente las piezas, por lo que se diseñó y construyó un horno secador que funciona con gas y que tiene la capacidad de secar tanto recubrimientos modulares como piezas de gran volumen.

Así mismo, se crearon dos fórmulas distintas para el cuerpo cerámico. Con una se obtiene un barro más plástico que se utiliza para la tarraja y el torno y con la otra, se producen los módulos de recubrimiento de distintas dimensiones.

Se desarrollaron las fórmulas para los vidriados y los engobes que se utilizan en el taller, aportando con ello un valor irrepetible a las piezas que aquí se producen.

Un gran número de trabajadores y colaboradores han pasado por aquí, horneros y torneros que han regresado a sus lugares de origen para continuar su oficio, y también hombres de campo como Toño y Manuel que aprendieron junto con Hugo electricidad, plomería y conceptos básicos de ingeniería. Mas desde inicios de los 90,s  Josafat Juan de Dios ha sido quien ha crecido junto con el taller, desarrollando su oficio como alfarero, aprendiendo todos los detalles de los distintos momentos de la producción.

El taller ha albergado el proceso creativo de diversos artistas plásticos quienes recibieron el apoyo y la conducción técnica para lograr trabajar satisfactoriamente con el barro. En la palapa, artistas como Francisco Toledo, Jan Hendrix, Rafael Cauduro, José Luis Cuevas, Vicente Rojo, Sergio Hernández, Ana María Botero, Tatiana Montoya, Gabriel Macotela, Vicente Gandía, Arcadi Artís, Adrian Barrera, Alberto Castro Leñero, Francisco Castro Leñero, Juan Manuel de la Rosa, Francisca Altamirano, Pedro Diego Alvarado, Ada Cruz, Conrado Domínguez, Renato Dorfman, Fernando González Cortázar, Alejandra Íñigo, Peter Knige, Joy Laville, Brian Nissen, Víctor Hugo Núñez, Adán Paredes, Marta Palau, Beatriz Rusek, Carlos Runcie, María Serrano, Jorge Yazpik y Ernesto Ríos, entre otros han tenido la posibilidad de crear obra.

A lo largo de varios años, en estos hornos fue quemado el recubrimiento de numerosas casas del despacho del Arquitecto Antonio Attolini, y bases de lámparas diseñadas en colaboración.

Pintado de rojo y azul, con las tuberías del gas de amarillo y las de luz en verde, este taller guarda dentro de sus paredes y entre todos sus objetos, el polvo de muchos años de experiencia y grandes vivencias. En ellas inevitablemente se mezclan las que corresponden a la vida familiar, pues la casa se encuentra dentro del mismo espacio y establece con el taller un diálogo cotidiano a través de una membrana flexible que los separa sin dividirlos y les permite usar de manera recíproca el espacio. De manera que, por muchos años la familia Velásquez salía a cenar pozole al centro de Cuernavaca después de las horneadas. Las comidas familiares de los viernes transcurrían a veces en medio del intenso sonido de los quemadores del horno por la tarde. Incluso, el taller descansaba durante los partidos de la selección mexicana de futbol o las finales de los Mundiales y la familia y los trabajadores compartían el tiempo del partido viendo el juego en la televisión de la casa.

Cuando Sol y Bárbara crecieron pasaron de “jugar” con el barro, a participar desde sus particulares profesiones en el desarrollo de la vida del taller.

Como arquitecta, Bárbara participó en la construcción del último espacio que se levantó desde sus cimientos, el estudio de Hugo, un lugar luminoso y privado, más cercano a la casa que al taller, donde creó la obra de sus últimos 15 años. También se ha hecho cargo del mantenimiento y remodelación de lo que ha ido siendo necesario.

Por su parte, Sol trabajó de manera formal por espacio de dos años aproximadamente a finales de los 90,s, desempeñando labores de asistente y apoyo administrativo en un principio y siguiendo su vocación docente organizando cursos y talleres en los que Hugo y Aurora fueron los maestros.

© 2025 Tornavuelta

bottom of page